Un bioplástico que al entrar en contacto con los alimentos cambia de color —de verde a rojo— cuando están llegando al límite de su plazo de consumo y que demora sólo 75 días para degradarse en la naturaleza, busca enfrentar las enormes pérdidas de alimentos que se registran anualmente en el mundo y evitar que el descarte de plásticos siga contaminando los mares.
Según las Naciones Unidas, ocho millones de toneladas de material plástico llegan a los océanos cada año y demoran más de un siglo para desintegrarse por procesos naturales. De otro lado, un tercio de los alimentos producidos en el mundo se desperdician anualmente en los estantes de los supermercados o en los hogares al vencerse la fecha de consumo, o al transportarse del campo a la ciudad.
La película plástica biodegradable y sensible a los cambios químicos de los alimentos ganó el hackaton promovido por el Servicio Brasileño de Apoyo a las Micro y Pequeñas Empresas (Sebrae / RJ) en noviembre del año pasado y actualmente, una campaña de financiación colectiva busca cubrir los costos de registro y reglamentación del producto.
Bautizado como Plasticor, el biofilm creado por alumnos y ex alumnos de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) tiene un microsensor “diluido” en toda su extensión, capaz de captar las variaciones químicas en la comida, como moléculas de olor y sabor, que determinan el cambio de coloración.
“Cuando algunos alimentos se estropean, quedan amargos o agrios. Son esos sabores los que determinan el color que la película va a adquirir: verde con los agrios y rojo con los alimentos amargos”, explica a SciDev.Net Lorena Ballerini, estudiante de Nanotecnología en la UFRJ y una de las creadoras del producto.
El material tiene la misma resistencia y textura que la de los plásticos hechos a base de petróleo.
Según Igor Tenorio, doctorando en Ciencia y Tecnología de Polímeros por la UFRJ y miembro del equipo creador del Plasticor, se necesitó mucha experimentación antes de llegar a la fórmula ideal.
“La mayoría de plásticos en el mercado está hecha de polietileno y polipropileno, dos polímeros derivados del petróleo. No es fácil producir plásticos sin usar estos materiales, así que tuvimos que crear una fórmula con otro tipo de polímero y probar bastante la proporción de aditivos y compuestos hasta llegar a un resultado”, explica a SciDev.Net.
Al ser completamente producido con compuestos orgánicos, el plástico también es comestible. “Si se ingiere, puede ser metabolizado por el cuerpo humano sin peligro alguno”, asegura Tenorio.
Para Renata Antoun, especialista en ingeniería de materiales y profesora de la UFRJ, que conoce el producto pero no tiene implicación en su investigación o desarrollo, “lo más interesante es que este plástico también es comida”.
Esto, comenta, representa una gran diferencia con respecto a muchos plásticos vendidos como biodegradables en el mercado. “Hay muchos popotes y envases que se dicen biodegradables porque utilizan polietileno que viene de la caña de azúcar. La fuente es vegetal, pero no son materiales biodegradables porque continúan usando polietileno”, observa Antoun.
Indica que una característica importante de materiales como el Plasticor es el uso de almidón vegetal como elemento base de su producción. “El gran problema de los plásticos de almidón es que no tienen buenas propiedades mecánicas ni resisten mucho al contacto con el agua. Pero hay varios grupos de investigación trabajando en esto, buscando mejorar las propiedades mecánicas de estos materiales sin usar derivados de petróleo”, refiere.
Fabio Florenzano, profesor y especialista en polímeros de la Universidad de São Paulo, concuerda con Antoun y dimensiona el tamaño del desafío: además de la búsqueda por la mejora de las propiedades mecánicas de biopelículas como el Plasticor, “está la incorporación segura de una sustancia no tóxica que cambie de color en respuesta a la acción de microorganismos”.
“Se necesita que la sustancia sea confiable, tanto para evitar el consumo de alimentos deteriorados si el color del plástico no cambia, como para evitar el desperdicio de alimentos adecuados al consumo, si el color del plástico cambia por otras razones”, observa.
Tener todas estas características y mantener un precio competitivo de mercado es, para Florenzano, “un enorme desafío”.
Emprendimientos y ciencia
Con la universidad y el Sindicato de Alimentos de la Baixada Fluminense (Simapan) entre los patrocinadores, el equipo —que además de Ballerini y Tenorio tiene otros cuatro integrantes y un pasante— ahora busca regularizar la parte burocrática para lanzar el producto, lo que según Lorena Ballerini incluye conseguir certificaciones de la entidad de vigilancia sanitaria brasileña y la creación de una empresa.
Este noviembre lanzaron una campaña de financiamiento colectivo (crowdfunding) para solventar los gastos financieros de la reglamentación, y ya hay clientes potenciales interesados en el Plasticor. A poco más de una semana para terminar, esperan recaudar los aproximadamente US$2.500 que requieren.
“Los productores de alimentos orgánicos nos buscan en eventos y dicen que quieren dejar de embalar sus mercancías con plásticos a base de petróleo porque eso no encaja con lo que están haciendo ni con lo que producen”, refiere.
Renata Antoun subraya que es fundamental que exista inversión pública para que iniciativas como ésta surjan en mayor número y para estimular el espíritu emprendedor en las universidades. Sostiene que es necesario invertir para que se recorra el camino entre la idea y el producto final, que es muy largo.
Fuente: Sci Dev net