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Con hojas de mandarina alargan la vida útil de alimentos perecederos

La Universidad Nacional de Colombia (UNAL) publicó una investigación sobre cómo las hojas de mandarina alargan la vida útil de alimentos perecederos. Una de las evidencias se exploró con la variedad Arrayana, cuyas propiedades detienen el deterioro de las células. Tras la poda, cientos de hojas de ese cultivo quedan en el suelo, sin ser aprovechados sus 21 compuestos químicos naturales con los cuales se lograría que galletas, papas fritas o aceites vegetales (como el de soya) extiendan su vida útil. Esto, al protegerlos por más tiempo contra la oxidación de lípidos, el proceso que vuelve rancios los alimentos.

Según los autores, dicho potencial de los residuos de la mandarina representa una alternativa a los aditivos sintéticos, cuyo consumo constante y en altas concentraciones tiene implicaciones dañinas para la salud humana, e incluso se han asociado con enfermedades como el cáncer.

Entre los conservantes más usados en alimentos procesados, están algunos antioxidantes artificiales como la terc-butilhidroquinona o el galato de propilo; que ayudan a que productos como papas fritas, galletas o embutidos duren más tiempo sin dañarse o volverse rancios. Sin embargo, varios estudios han alertado sobre sus posibles efectos negativos en la salud, como daños celulares, alteraciones hormonales y vínculos con enfermedades crónicas como el cáncer gastrointestinal, renal, de vejiga o de mama. Lo que ha impulsado la búsqueda de alternativas más seguras y naturales“; explica la investigación.

Tras este análisis, Camilo Rodríguez García, maestro en Ciencia y Tecnología de Alimentos de la UNAL, investiga cómo generar un reemplazo de tales aditivos sintéticos a partir de la mandarina: una fruta deliciosa cuyos residuos (hojas, cáscara y semilla) no generan un valor agregado para los productores, quienes los queman por desconocer sus propiedades químicas.

¿Cómo fue el proceso?

Con 5 kg de hojas, Rodríguez extrajo un grupo de compuestos descritos en la literatura como antioxidantes (fenoles y terpenoides, entre otros). El reto consistía en realizarlo contaminando menos el ambiente, pues la forma tradicional de hacerlo es usando solventes que terminan siendo tóxicos para los humanos y difíciles de desechar o degradar.

Para ello, usó la técnica de gases supercríticos con dióxido de carbono, que en su punto crítico (temperatura de 31°C y presión de 74 bar) disuelve los compuestos que se pretenden extraer en condiciones ligeramente por encima de la temperatura ambiente; considerando que, por lo general, los extractos naturales son muy sensibles a factores externos como el calor, la luz y el oxígeno.

Luego de extraerlos, determinó si tenían lo que se necesita para proteger un alimento. El resultado es que los extractos de la mandarina lograron ayudar a que el aceite de soya sobreviva al daño por oxidación unas 5.2 horas, lo que representa casi 2 horas más que lo esperado en un aceite sin conservantes: un logro que, aparentemente pequeño, representaría a futuro un avance sin precedentes.

El investigador probó los extractos de hojas de mandarina en aceite libre de antioxidantes, en una concentración de 1g/kg de aceite. Evaluó la estabilidad oxidativa en aceite de soya, monitoreando cada 5 días durante 20 días mediante métodos acelerados; además, midió los índices que determinan la calidad del aceite (como la acidez), así como de productos de oxidación primarios y secundarios.

Determinó mediante técnicas especializadas en laboratorio que, comparado con antioxidantes sintéticos y aceites que no tenían ningún aditivo, el combinado con extractos de mandarina no sólo logró más tiempo de protección, sino también menos cambio de color versus los otros métodos: uno de los criterios de calidad ante los consumidores.

Este efecto puede obedecer a compuestos como el linalol, la luteína y la tangeritina; capaces de neutralizar las moléculas que dañan las células de los alimentos (radicales libres). Es decir, que generan estrés oxidativo”; comentó Rodríguez.

Su hallazgo es prometedor para la industria alimentaria, y demuestra cómo se pueden aprovechar residuos agrícolas para crear productos de alto valor alineados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. “Ya que al reducir el desperdicio se disminuye la dependencia de aditivos importados y se impulsa la economía circular. Aunque falta investigar más para saber cuáles son los compuestos no tóxicos para consumo humano, este es un primer paso que abre toda una línea de investigación“.

Además, varios de los compuestos identificados (como la luteína y la tangeritina) han mostrado propiedades neuroprotectoras en otros estudios internacionales. A futuro, sería un desarrollo para prevenir enfermedades como el Alzheimer, cuya progresión está asociada con el estrés oxidativo.

Fuente: Agronegocios (con edición de Alfa Editores)

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